Hasta ahora con los niños, ha sido sentir, sentir,
sentir… no he intelectualizado acerca de la práctica del yoga que estamos
compartiendo. Entran en clase y empezamos sin explicaciones.
Hoy, en nuestro cuarto día, repasamos lo que estamos
haciendo en la práctica del yoga. Hablamos de lo que sentimos, de lo que nos
está pasando por dentro. Sirvió de
introducción y entramos en la práctica sencillamente.
CUERPO, MENTE, ESPIRITU
Lo dibujé en el suelo, hablé de cómo estábamos
“trabajando” estas fuerzas dentro de nosotros con la práctica de posturas, de
respiración y de temas que tocamos. Hablamos de por qué nos parece tan
importante hacer esto en las escuelas. En el momento adecuado, empezamos la
práctica.
Teníamos otra visita hoy, una profesora de adolescentes
de Austria que también practica yoga. Ella nunca había escuchado que se podía
practicar yoga con los niños y estaba interesada en ver lo que hacemos. Tomó fotos estupendas que veréis aquí.
Durante la primera clase todo fue tranquilo, fluido.
Había entrado la directora del programa, preguntando a los niños muy
inocentemente sobre ¿qué les parecía el yoga? ¿qué les estaba haciendo? y sí ella debería de probarlo. TODOS los niños estuvieron de acuerdo en que
el yoga les “quitaba el peso que tenía encima”, le decían que sí, que te
tranquiliza, que lo deberías de hacer, que te va a gustar… Perfecto.
La segunda sesión del día fue más complicada y los niños llegaron mucho más inquietos que
nunca. Ya se están mostrando más las dificultades emocionales que tienen
algunos dentro de este grupo. Claro, ya se sienten muy cómodos conmigo, ya
estamos en Noviembre, llevan dos meses en el instituto, ya entienden de que va
todo y sienten más la presión social, la presión de los horarios y las
expectativas de los maestros… Y, además, ahora están verdaderamente entrando en
la adolescencia, los cambios neurobioquímicos empiezan a manifestarse, lo
hormonal también…
Empecé esta clase en savasana, tumbados en relajación. “Relajaros,
sentid la pulsación de vuestro corazón y soltad la tensión acumulada en los
músculos”. Tuve que cuidar a dos
poniendo mi mano encima de sus corazones, mientras hablaba a todos. Arranqué
con una canción que me vino de repente “donde hay amor, no cabe el miedo, donde
hay miedo no cabe el amor.” Les encanta
que les cante, la mayoría son gitanos, es una parte tan íntegra e importante de
su cultura. Seguimos así, en la relajación hasta ver y sentir que habían aterrizado
de alguna manera. Empezamos con las posturas, agregué varias torsiones a la
práctica para equilibrar mejor sus sistemas nerviosos. Ayuda.
A la hora de relajarse, el más inquieto necesitaba tocar un cuenco… Eso hizo
que todos quisieran tocar un cuenco. Repartimos cuencos y otros instrumentos en
el aula de música y jugamos. Al principio les dejé tocar como ellos quisieran,
libertad total, caos total. Pusieron los
cuencos encima de sus cuerpos para sentir las vibraciones. Terminamos con más
orden, tocando uno por uno, yo les dirigía señalizándoles con un dedo cuando
les tocaba hacer sonar su instrumento. Música terapia. Los sonidos de los
cuencos nos armonizan.
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